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Cuidado con los superhéroes

PETER PAN

Cada vez que hay luna llena yo cierro las ventanas de casa, porque el padre de Mendoza es el hombre lobo y no quiero que se meta en mi cuarto. En verdad no debería asustarme porque el papá de Salazar es Batman y a esas horas debería estar vigilando las calles, pero mejor cierro la ventana porque Merino dice que su padre es Joker, y Joker se la tiene jurada al papá de Salazar.
Todos los papás de mis amigos son superhéroes o villanos famosos, menos mi padre que insiste en que él sólo vende seguros y que no me crea esas tonterías. Aunque no son tonterías porque el otro día Gómez me dijo que su papá era Tarzán y me enseñó su cuchillo, todo manchado con sangre de leopardo.
A mí me gustaría que mi padre fuese alguien, pero no hay ningún héroe que use corbata y chaqueta de cuadritos. Si yo fuera hijo de Conan, Skywalker o Spiderman, entonces nadie volvería a pegarme en el recreo. Por eso me puse a pensar quién podría ser mi padre.
Un día se quedó frito leyendo el periódico y lo vi todo flaco y largo sobre el sofá, con sus bigotes de mosquetero y sus manos pálidas, blancas blancas como el mármol de la mesa. Entonces corrí a la cocina y saqué el hacha de cortar la carne. Por la ventana entraban la luz de la luna y los aullidos del papá de Mendoza, pero mi padre ya grita más fuerte y parece un pirata de verdad. Que se cuiden Merino, Salazar y Gómez, porque ahora soy el hijo del Capitán Garfio.


De Ajuar funerario
Fernando Iwasaki


Buenas noches, Aquiles


Ahora sí que te dimos en el talón
La muerte de la que huyas
Correrá acompasadamente a tu lado

Buenas noches, Aquiles


Enrique Lihn

Capítulo 68

Han encontrado entre los papeles de Cortázar el making off de Rayuela. Y no es que para mí sea la gran obra de Cortázar, prefiero sus cuentos, pero tiene momentos maravillosos como este de aquí abajo. Así que, de nuevo, homenaje:




Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba
el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes
ambonios, en sustalos exasperantes. Cada vez que él
procuraba relamar las incopelusas, se enredaba en un
grimado quejumbroso y tenía que envulsionarse de cara
al nóvalo, sintiendo cómo poco a poco las arnillas se
espejunaban, se iban apeltronando, reduplimiendo,
hasta quedar tendido como el trimalciato de
ergomanina al que se le han dejado caer unas fílulas de
cariaconcia. Y sin embargo era apenas el principio,
porque en un momento dado ella se tordulaba los
hurgalios, consintiendo en que él aproximara
suavemente su orfelunios. Apenas se entreplumaban,
algo como un ulucordio los encrestoriaba, los
extrayuxtaba y paramovía, de pronto era el clinón, las
esterfurosa convulcante de las mátricas, la jadehollante
embocapluvia del orgumio, los esproemios del
merpasmo en una sobrehumítica agopausa. ¡Evohé!
¡Evohé! Volposados en la cresta del murelio, se sentía
balparamar, perlinos y márulos. Temblaba el troc, se
vencían las marioplumas, y todo se resolviraba en un
profundo pínice, en niolamas de argutendidas gasas, en
carinias casi crueles que los ordopenaban hasta el
límite de las gunfias.

Una huelga de poetas deja a los españoles sin metáforas






LOS CIUDADANOS NO PUEDEN EXPRESAR SUS SENTIMIENTOS



España se ve afectada hoy por la segunda jornada de huelga convocada por el sindicato internacional de poetas PAA (Poetas que Aúllan al Amanecer) y que ha secundado la mayoría de los rapsodas del país. Pese al caos que ha generado el paro, las movilizaciones de protesta se están desarrollando sin incidencias. Únicamente dos poetas han sido detenidos a primera hora de la mañana por escribir unos versos de Machado en los cristales de una entidad bancaria. Los principales afectados en Europa son precisamente los ciudadanos españoles que, sin poder acudir a fuentes fiables para construir metáforas, comparaciones y otras figuras retóricas, han visto muy mermada su capacidad para expresar sentimientos. “No sé, lo de esta huelga me deja más cabreado que… que… Vaya, que es una mierda esta situación”, se quejaba un ciudadano que no encontraba palabras para expresarse. Muchos jóvenes han optado por emplear emoticonos y hacer ruidos con las axilas para mostrar su desacuerdo con la huelga.

“Esto no es como una huelga de pilotos de avión, el trabajo de los poetas realmente afecta a nuestro día a día” se lamentaba ayer Daniel Lapeña, contable de Salamanca. “Los españoles recurrimos a la poesía mucho más de lo que podemos llegar a creer. No pasa nada si nos dejan sin sinécdoques o polisíndetons, pero como es un paro general nos han dejado hasta sin juegos de palabras. No hay derecho, jopé”.

Se calcula que, en sólo dos días, más de trece mil parejas se han visto obligadas a poner fin a su relación dado que es inviable cualquier acto de comunicación que intente ir más allá de las emociones primarias. “Espero que la huelga de poetas termine ya porque ayer mi novio me dejó notas románticas por toda la casa que simplemente decían ‘quiero follar’. Normalmente es mucho más romántico y me dice cosas preciosísimas y con mucho sentimiento, pero claro, sin poetas esto es… es un truño de mierda”, se quejaba una chica de 23 años en un foro de Internet.

Las redes sociales están siendo un fiel reflejo de las movilizaciones. Una usuaria de 16 años se quejaba ayer en su blog personal: “Facebook está muy aburrido porque nadie sabe qué poner en sus estados. Yo hace dos días escribí ‘Hay días con espinas y en los que puede doler vivir, pero recuerda que cada día el mundo amanece en ti’. ¿Qué puedo poner hoy? No sé si limitarme a escribir ‘Hola’ o explicar que últimamente escupo con mucho moco”.

Los políticos, también sin saber qué decir exactamente, han evitado hacer declaraciones sobre la huelga. Mariano Rajoy, muy dado a la metáfora y a las comparaciones, ha culpado al Gobierno de la situación, pero no se ha extendido: “No sabría cómo decirlo pero digo que alguien podría haber hecho algo antes y que está todo fatal. Muy mal”. Y ha culminado con un escueto “Zapatero vete ya porque haces pupa”, incapaz de usar un lenguaje más elaborado.

Las reivindicaciones de los huelguistas no están nada claras, pues los manifiestos y octavillas que reparten están escritos en un lenguaje demasiado elevado que requiere una lectura atenta. Un grupo de escolares está intentando desencriptar su mensaje mediante un comentario de texto.


Publicado el 6 de Mayo de 2010 por Kike García en El Mundo Today http://www.elmundotoday.com/2010/05/una-huelga-de-poetas-deja-a-los-espanoles-sin-metaforas/

Microcuentos, microliteratura, microuniverso, microcosmos...

¿Microsentimientos? ¿Micropensamientos?


CUENTO DE HORROR

La mujer que amé se ha convertido en fantasma. Yo soy el lugar de sus apariciones

Juan José Arreola



E-MAIL

http://www.AnayCarlosSeConocieronPorInternet.EstánAtrapadosEnEl@mor.hothothotmail.Fin//

Cuca Canals




PALABRAS PARCAS

Abelardo, Arsaín, astuto abogado argentino, asesino agudo, apuesto, ágil aerobista acicalado. Atento. Amable. Amigo asiduo, afectuoso, acechante. Ambicioso. Amante ardiente, arrecho. Autoritario. Abrazos asfixiantes, ansiosos, asustados. Aluvión apagado, artefacto ablandado, apocado. Agravado. Altamente agresivo, al acecho. Abelardo Arsaín. Arma al alcance, arremete artero, ataca arrabiado, asesina. Atrapado. Absuelto: autodefensa. ¡Ay!

Luisa Valenzuela




LA EXTRANJERA

Se han apoyado en la baranda del faro. Han llegado hasta aquí sin miedo.

Atraídos por el amor al vértigo. Guiados por una flecha insolente de la noche. Ella mira hacia abajo. El mar la deslumbra. Olas hinchadas como venas patean su rabia contra la muralla de rocas. Él le pide: Ámame.

Ella no responde. Es joven y cierra los ojos como si estuviera viviendo muchas muertes. Ella teme saltar. Él le reclama: Bésame. La luz del faro indaga por las cosas perdidas y los encuentra a ellos. Amantes de las sombras son el blanco del silencio. Ella quiere saltar porque en su garganta tiene un nudo de reproches. Como él no pregunta, tampoco ella le responde. Su pasado es un mapa deshecho. Viene de un país hundido. No resulta fácil decir lo que se piensa. Y ella piensa demasiado. Ahora abre los ojos para ver el naufragio de su alma. Él la abraza como si quisiera desnudar su rabia. Ella le pide: Mátame.

Nuria Amat




EL DRAMA DEL DESENCANTADO

...el drama del desencantado que se arrojó a la calle desde el décimo piso, y a medida que caía iba viendo a través de las ventanas la intimidad de sus vecinos, las pequeñas tragedias domésticas, los amores furtivos, los breves instantes de felicidad, cuyas noticias no habían llegado nunca hasta la escalera común, de modo que en el instante de reventarse contra el pavimento de la calle había cambiado por completo su concepción del mundo, y había llegado a la conclusión de que aquella vida que abandonaba para siempre por la puerta falsa valía la pena de ser vivida.

Gabriel García Márquez




MÚSICA

Las dos hijas del Gran Compositor -seis y siete años- estaban acostumbradas al silencio. En la casa no debía oírse ni un ruido, porque papá trabajaba. Andaban de puntillas, en zapatillas, y sólo a ráfagas, el silencio se rompía con las notas del piano de papá.

Y otra vez silencio.

Un día, la puerta del estudio quedó mal cerrada, y la más pequeña de las niñas se acercó sigilosamente a la rendija; pudo ver cómo papá, a ratos, se inclinaba sobre un papel, y anotaba lago.

La niña más pequeña corrió entonces en busca de su hermana mayor. Y gritó, gritó por primera vez en tanto silencio:

-¡La música de papá, no te la creas...! ¡Se la inventa!

Ana María Matute



Y vuelvo a ti...

Capítulo 7




Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano por tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.



Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua.

Rayuela
Julio Cortázar

Instrucciones para llorar - Julio Cortázar

Días grises, días de lluvia, días de lágrimas. Esperando que no sean necesarias, pero por si os fueran útiles, en estos dís en los que apetece más llorar y lagrimear que otra cosa, aquí os dejo a Cortázar, para que os enseñe, acompañe y admire.

Quisiera ser como él y escribir unas Instrucciones para vivir, claras y concisas, o Instrucciones para amar o para olvidar, o ambas cosas...


Para los que le conocen poco o de oídas diré que no son las únicas. Hay instrucciones para dar cuerda a un reloj, para subir una escalera, para cantar... y no sé si alguna más. Aunque no es lo único maravilloso de él. Pronto colgaré algo más de él, pero quería innovar un poquito:



Dejando de lado los motivos, atengámonos a la manera correcta de llorar, entendiendo por esto un llanto que no ingrese en el escándalo, ni que insulte a la sonrisa con su paralela y torpe semejanza. El llanto medio u ordinario consiste en una contracción general del rostro y un sonido espasmódico acompañado de lágrimas y mocos, estos últimos al final, pues el llanto se acaba en el momento en que uno se suena enérgicamente.

Para llorar, dirija la imaginación hacia usted mismo, y si esto le resulta imposible por haber contraído el hábito de creer en el mundo exterior, piense en un pato cubierto de hormigas o en esos golfos del estrecho de Magallanes en los que no entra nadie, nunca.

Llegado el llanto, se tapará con el decoro el rostro usando ambas manos con la palma hacia dentro. Los niños llorarán con la manga del saco contra la cara, y de preferencia en un rincón del cuarto. Duración media del llanto, tres minutos.




Que olvidar es imposible...

La tía Daniela se enamoró como se enamoran siempre las mujeres inteligentes: como una idiota. Lo había visto llegar una mañana, caminando con los hombros erguidos sobre un paso sereno y había pensado: "Este hombre se cree Dios". Pero al rato de oírlo decir historias sobre mundos desconocidos y pasiones extrañas, se enamoró de él y de sus brazos como si desde niña no hablara latín, no supiera lógica, ni hubiera sorprendido a media ciudad copiando los juegos de Góngora y Sor Juana como quien responde a una canción en el recreo.
Era tan sabia que ningún hombre quería meterse con ella, por más que tuviera los ojos de miel y una boca brillante, por más que su cuerpo acariciara la imaginación despertando las ganas de mirarlo desnudo, por más que fuera hermosa como la virgen del Rosario. Daba temor quererla porque algo había en su inteligencia que sugería siempre un desprecio por el sexo opuesto y sus confusiones.
Pero aquel hombre que no sabía nada de ella y sus libros, se le acercó como a cualquiera. Entonces la tía Daniela lo dotó de una inteligencia deslumbrante, una virtud de ángel y un talento de artista. Su cabeza lo miró de tantos modos que en doce días creyó conocer a cien hombres.
Lo quiso convencida de que Dios puede andar entre mortales, entregada hasta las uñas a los deseos y las ocurrencias de un tipo que nunca llegó para quedarse y jamás entendió uno solo de todos los poemas que Daniela quiso leerle para explicar su amor.
Un día, así como había llegado, se fue sin despedir siquiera. Y no hubo entonces en la redonda inteligencia de la tía Daniela un solo atisbo de entender qué había pasado.
Hipnotizada por un dolor sin nombre ni destino se volvió la más tonta de las tontas. Perderlo fue una larga pena como el insomnio, una vejez de siglos, el infierno.
Por unos días de luz, por un indicio, por los ojos de hierro y súplica que le prestó una noche, la tía Daniela enterró las ganas de estar viva y fue perdiendo el brillo de la piel, la fuerza de las piernas, la intensidad de la frente y las entrañas.
Se quedó casi ciega en tres meses, una joroba le creció en la espalda, y algo le sucedió a su termostato que a pesar de andar hasta en el rayo del sol con abrigo y calcetines, tiritaba de frío como si viviera en el centro mismo del invierno. La sacaban al aire como a un canario. Cerca le ponían fruta y galletas para que picoteara, pero su madre se llevaba las cosas intactas mientras ella seguía muda a pesar de los esfuerzos que todo el mundo hacía por distraerla.
Al principio la invitaban a la calle para ver si mirando las palomas o viendo ir y venir a la gente, algo de ella volvía a dar muestras de apego a la vida. Trataron todo. Su madre se la llevó de viaje a España y la hizo entrar y salir de todos los tablados sevillanos sin obtener de ella más que una lágrima la noche que el cantador estuvo alegre. A la mañana siguiente le puso un telegrama a su marido diciendo: "Empieza a mejorar, ha llorado un segundo". Se había vuelto un árbol seco, iba para donde la llevaran y en cuanto podía se dejaba caer en la cama como si hubiera trabajado veinticuatro horas recogiendo algodón. Por fin las fuerzas no le alcanzaron más que para echarse en una silla y decirle a su madre: "Te lo ruego, vámonos a casa".
Cuando volvieron, la tía Daniela apenas podía caminar y desde entonces no quiso levantarse. Tampoco quería bañarse, ni peinarse, ni hacer pipí. Una mañana no pudo siquiera abrir los ojos.
-¡Está muerta! - oyó decir a su alrededor y no encontró las fuerzas para negarlo.
Alguien le sugirió a su madre que ese comportamiento era un chantaje, un modo de vengarse en los otros, una pose de niña consentida que si de repente perdiera la tranquilidad de la casa y la comida segura, se las arreglaría para mejorar de un día para el otro. Su madre hizo el esfuerzo de abandonarla en el quicio de la puerta de la Catedral.
La dejaron ahí una noche con la esperanza de verla regresar al día siguiente, hambrienta y furiosa, como había sido alguna vez. A la tercera noche la recogieron de la puerta de la Catedral con pulmonía y la llevaron al hospital entre lágrimas de toda la familia.
Ahí fue a visitarla su amiga Elidé, una joven de piel brillante que hablaba sin tregua y que decía saber las curas del mal de amores. Pidió que la dejaran hacerse cargo del alma y del estómago de aquella náufraga. Era una criatura alegre y ávida. La oyeron opinar. Según ella el error en el tratamiento de su inteligente amiga estaba en los consejos de que olvidara. Olvidar era un asunto imposible. Lo que había que hacer era encauzarle los recuerdos, para que no la mataran, para que la obligaran a seguir viva.
Los padres oyeron hablar a la muchacha con la misma indiferencia que ya les provocaba cualquier intento de curar a su hija. Daban por hecho que no serviría de nada y sin embargo lo autorizaban como si no hubieran perdido la esperanza que ya habían perdido.
Las pusieron a dormir en el mismo cuarto. Siempre que alguien pasaba frente a la puerta oía la incansable voz de Elidé hablando del asunto con la misma obstinación con que un médico vigila a un moribundo. No se callaba. No le daba tregua. Un día y otro, una semana y otra.
-¿Cómo dices que eran sus manos? - preguntaba. Si la tía Daniela no le contestaba, Elidé volvía por otro lado.
-¿Tenía los ojos verdes? ¿Cafés? ¿Grandes?
-Chicos -le contestó la tía Daniela hablando por primera vez en treinta días.
-¿Chicos y turbios?- preguntó la tía Elidé.
-Chicos y fieros -contestó la tía Daniela y volvió a callarse otro mes.
-Seguro que era Leo. Así son los de Leo -decía su amiga sacando un libro de horóscopos para leerle. Decía todos los horrores que pueden caber en un Leo-. De remate, son mentirosos. Pero no tienes que dejarte, tú eres de Tauro. Son fuertes las mujeres de Tauro.
- Mentiras sí que dijo -le contestó Daniela una tarde.
-¿Cuáles? No se te vayan a olvidar. Porque el mundo no es tan grande como para que no demos con él, y entonces le vas a recordar sus palabras. Una por una, las que oíste y las que te hizo decir.
-No quiero humillarme.
-El humillado va a ser él. Si no todo es tan fácil como sembrar palabras y largarse.
-Me iluminaron -defendió la tía Daniela.
-Se te nota iluminada - decía su amiga cuando llegaban a puntos así.
Al tercer mes de hablar y hablar la hizo comer como Dios manda. Ni siquiera se dio cuenta cómo fue. La llevó a una caminata por el jardín. Cargaba una cesta con fruta, queso, pan, mantequilla y té. Extendió un mantel sobre el pasto, sacó las cosas y siguió hablando mientras empezaba a comer sin ofrecerle.
-Le gustaban las uvas - dijo la enferma.
-Entiendo que lo extrañes.
Sí -dijo la enferma acercándose un racimo de uvas-. Besaba regio. Y tenía suave la piel de los hombros y la cintura.
-¿Cómo tenía? Ya sabes -dijo la amiga como si supiera siempre lo que la torturaba.
-No te lo voy a decir -contestó riéndose por primera vez en meses. Luego comió queso y té, pan y mantequilla.
- ¿Rico? -le preguntó Elidé.
- Sí -le contestó la enferma empezando a ser ella.
Una noche bajaron a cenar. La tía Daniela con un vestido nuevo y el pelo brillante y limpio, libre por fin de la trenza polvorosa que no se había peinado en mucho tiempo.
Veinte días después ella y su amiga habían repasado los recuerdos de arriba para abajo hasta convertirlos en trivia. Todo lo que había tratado de olvidar la tía Daniela forzándose a no pensarlo, se le volvió indigno de recuerdo después de repetirlo muchas veces. Castigó su buen juicio oyéndose contar una tras otra las ciento veinte mil tonterías que la había hecho feliz y desgraciada.
-Ya no quiero ni vengarme -le dijo una mañana a Elidé-. Estoy aburridísima del tema.
-¿Cómo? No te pongas inteligente -dijo Elidé-. Este ha sido todo el tiempo un asunto de razón menguada. ¿Lo vas convertir en algo lúcido? No lo eches a perder. Nos falta lo mejor. Nos falta buscar al hombre en Europa y África, en Sudamérica y la India, nos falta encontrarlo y hacer un escándalo que justifique nuestros viajes. Nos falta conocer la galería Pitti, ver Florencia, enamorarnos en Venecia, echar una moneda en la fuente de Trevi. ¿Nos vamos a perseguir a ese hombre que te enamoró como a una imbécil y luego se fue?
Habían planeado viajar por el mundo en busca del culpable y eso de que la venganza ya no fuera trascendente en la cura de su amiga tenía devastada a Elidé. Iban a perderse la India y Marruecos, Bolivia y el Congo, Viena y sobre todo Italia. Nunca pensó que podría convertirla en un ser racional después de haberla visto paralizada y casi loca hacía cuatro meses.
-Tenemos que ir a buscarlo. No te vuelvas inteligente antes de tiempo -le decía.
-Llegó ayer -le contestó la tía Daniela un mediodía.
-¿Cómo sabes?
-Lo vi. Tocó en el balcón como antes.
-¿Y qué sentiste?
-Nada.
-¿Y qué te dijo?
-Todo.
-¿Y qué le contestaste?
-Cerré.
-¿Y ahora? -preguntó la terapista.
-Ahora sí nos vamos a Italia: los ausentes siempre se equivocan.
Y se fueron a Italia por la voz del Dante: "Piovverà dentro a l'alta fantasía".


de Mujeres de ojos grandes
Ángeles Mastretta

Cuestiones de mecánica


Pues bien, ese es un sufrimiento insignificante si lo comparas con el que puede originar el amor. Algún día, es posible que tengas que pagar un precio muy alto por todo el placer y la alegría que el amor provoca. Y cuanto más intensamente ames, más intenso será el dolor futuro. Conocerás la angustia de los celos, de la incomprensión, la sensación de rechazo y de injusticia. Sentirás el frío hasta en tus huesos, y tu sangre formará cubitos de hielo que notarás correr bajo tu piel. La mecánica de tu corazón explotará. Yo misma te instalé este reloj, conozco perfectamente los límites de su funcionamiento. Como mucho es posible que resista la intensidad del placer, pero no es lo bastante sólido para aguantar los pesares del amor.


La mecánica del corazón

Mathias Malzieu